sábado, 12 de enero de 2019

9.7. Las enseñanzas del Maestro: la justicia

Informados de la alta fama de justo que precedía al Maestro, dos litigantes, —supuestos— comprador y vendedor, acudieron ante el cenáculo aquel día para poner en sus manos la sentencia del pleito que sostenían. Litigaban ambos sobre la propiedad de un par de zapatos y no habiendo sido capaces de componer directamente entre ellos el conflicto ni habiendo hallado entre parientes y amigos más que opiniones parciales e interesadas comprometieron someterse a la jurisdicción de este hombre encumbrado e imparcial. 

El —supuesto— comprador expuso su alegación del siguiente modo: había encargado la confección de un par de zapatos al —supuesto— vendedor. Para ello se tomó las medidas y quedó convenido con su contraparte para retirar el producto al plazo de una semana. Sin embargo, al vencimiento del término estipulado, el —supuesto— vendedor se negó a entregarle el par de zapatos. En conclusión, demandaba la entrega inmediata de la cosa. 

Por su parte el —supuesto— vendedor replicó del siguiente modo: reconocía que el —supuesto— comprador había visitado su taller, pero añadía que no habían convenido la confección del par de zapatos. En realidad sólo le había pedido que le tomase las medidas para conocerlas y con ellas cotizar luego con otros zapateros también. Además se convino que si el —supuesto— comprador no hallaba, al plazo de una semana, otro zapatero más de su agrado volvería al taller del —supuesto— vendedor para concretar el encargo. En cuanto a los zapatos reclamados, los había hecho el propio —supuesto— vendedor para sí. En conclusión, demandaba mantener la posesión de la cosa libre de toda turbación. 

Dado que todo el litigio giraba en torno a los benditos zapatos, el Maestro, para mejor resolver el pleito, mandó traerlos a la vista, comisionando para ello a su discípulo Larino. Llegado el objeto litigioso ordenó que cada litigante se los calzara y halló que al —supuesto– comprador le quedaban demasiado grandes, mientras que al —supuesto— vendedor demasiado pequeños. 

Si el —supuesto— comprador había mandado a hacerse a medida los zapatos, ¿cómo era posible que no le quedaran? ¿y si no le quedaban para qué los quería?. Por otro lado, si el —supuesto— vendedor los había hecho para sí quedaban igualmente irresolutas las mismas incógnitas.

Llegado este punto muerto en la substanciación del pleito miró el Maestro al cielo en busca de iluminación y fue oído: Larino, quien custodiaba los zapatos, se los había calzado por curiosidad y había hallado que le quedaban perfectamente. Pudo entonces, por fin, sentenciar en justicia: adjudicó el par de zapatos a Larino. 

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