jueves, 21 de febrero de 2019

9.8. Las enseñanzas del Maestro: una historia sobre la Historia

Narró el Maestro ante sus seguidores la siguiente historia:

Érase una tribu que vivía aislada en una tierra fecunda que al norte limitaba con un escarpado acantilado que daba al mar, al sur con un torrentoso río, al este con un impenetrable pantano y al oeste con una densísima selva. La naturaleza había sido generosa con ellos, por muchos años se habían sustentado sin demasiada estrechez cazando las bestias y recolectando los frutos que por el campo hallaban con poco esfuerzo.   
Empero, llegó un invierno en que las lluvias cayeron especialmente copiosas y duraderas, tanto que el río creció hasta desbordarse. Cada nuevo día la lluvia continuaba y el río engullía más y más terrenos de la tribu. 
Cuando la mitad de los predios estuvieron cubiertos de agua se convocó a asamblea para discutir una solución a estas insólitas inclemencias. Un viejo propugnó que la opción más sensata era fortificar posiciones para esperar a que el desastre pasara, largo tiempo habían morado en estas partes y nunca algo así habían visto, debía entonces tratarse de un fenómeno excepcional y esencialmente transitorio, que probablemente ya estaría cercano a culminar. Por otro lado, un joven propuso construir balsas para cruzar el río y una vez del otro lado ponerse a salvo mudándose a tierras más altas, que era la opción más lúcida, dado que el temporal que enfrentaban era de tal magnitud que no cabía en una regularidad mayor del clima, pues en sí mismo constituía una fractura de un equilibrio que ahora demostraba no ser eterno.  
Los votos se dispersaron entre ambas posturas exactamente a mitades. Se votó nuevamente para dirimir, pero el resultado fue el mismo y así varias veces. Impedidos de destrabar el empate resolvieron hacer ambas cosas: quienes habían votado por quedarse así lo harían y quienes habían sufragado a favor de cruzar el río también. Así la tribu garantizaba las mejores oportunidades de sobrevivir, ya que si una de las facciones estaba errada la otra estaría en lo correcto, lo que dejaría indemne siempre a una mitad, cualquiera que fuese, para repoblar nuevamente el país.  
La facción del joven construyó dos grandes balsas de madera y se dividieron en dos grupos. La primera logró atravesar el embravecido río con dificultad pero sin pérdidas. La segunda, en cambio, corrió peor suerte: fue golpeada por un árbol arrastrado por la corriente, se partió por la mitad y fue tragada por las aguas, al igual que todos sus pasajeros. 
Por su parte, la facción del viejo construyó dos refugios provistos de tajamares apoyados en los roqueríos del acantilado, al norte. Soportaron bien la tormenta en un comienzo, por desgracia al quinto día un deslizamiento de tierra socavó el suelo arcilloso bajo el segundo refugio, ello provocó el desplome el edificio que sepultó bajos los escombros a todos sus ocupantes. 
Dada la potencia del temporal ninguno de los dos grupos pudo cerciorarse de la suerte del otro e inclusive llegaron a dar enteramente por muerta a su contraparte. Por ello ninguno de los sobrevivientes volvió atrás la mirada para buscar a sus compatriotas de la otra facción. 
Los sobrevivientes de la facción del joven continuaron su viaje hacia el lejano sur, en búsqueda de tierras altas que garantizaran la protección contra un peligro como el ya sorteado. Erraron por muchos años para finalmente hallar una apropiada serranía en la Meseta Llagada en la que asentarse. De ahí en adelante las fuentes se vuelven confusas, de todos modos la mayoría de los eruditos sostienen que estas gentes llegaron a tener un especial contacto con Dios –¡ensalzado sea!–, quien les premió con una reliquia: un libro que contenía más de un millar de exactas predicciones sobre el futuro de este devoto pueblo. A la postre, todas las sentencias del libro se vieron confirmadas, entre ellas se les indicó que peregrinarían por centurias, huyendo de las Grandes Serpientes, que fundarían un nuevo hogar junto al monte Proternio (que significa "el último") y que serían exterminados a manos de las tropas de Gilmorán II. Se cuenta que apenas un individuo habría sobrevivido a la masacre y que habría hallado asilo en una villa de pescadores, donde finalmente pereció sin  dejar descendencia, tal como había sido profetizado. 
Por otro lado, la facción del viejo permaneció en su tierra natal y con el tiempo crecieron en número y prosperaron. Dominaron la metalurgia de la noxomilita con la cual fabricaron durísimas y duraderas herramientas. Dragaron el pantano, talaron la selva y sobre el acantilado edificaron titánicas construcciones. Mucho progresaron en los dominios del conocimiento: poesía, imprenta, geografía y filosofía, en todas las disciplinas acuñaron maestría. Además fabricaron afamados juguetes mágicos, preciados incluso más allá de las Tierras de Bür. Sin embargo, en un fundamental aspecto erraban: de Dios –¡ensalzado sea!– negaban la existencia. Con el correr de los siglos y el devenir de las polémicas filosóficas acabaron por adoptar en su seno, al fin, la verdad de la divinidad. Mas no se detuvieron allí, en efecto, llegaron a sostener la herética hipótesis de que no podía haber un solo Creador, sino que debía de haber varios y que cada uno regentaría una parcela en particular del mundo: la tierra, el aire, el fuego, etc. Con el tiempo llevaron más lejos su delirio, profesaron inclusive que, en realidad, infinitos dioses hay pues cada fenómeno particular, en su espacio y tiempo, es irreductible e inconmensurable a cualquier otro; así a cada fenómeno le correspondería un dios y a cada dios un culto. En consecuencia, se dispersaron por el Mundo en cósmica y constante plegaria en sintonía con todos y cada uno de estos fenómenos particulares. La tesis predominante entre los historiadores es que todos ellos murieron al poco tiempo por la descuidada nutrición y nulidad de quehaceres pragmáticos que su extrema disciplina religiosa les imponía.

Hizo un solemne silencio el Maestro antes de dar por concluida la sesión. 

—Maestro, algo no me queda claro —se atrevió a romper el silencio Cartes—: ¿cuál es la moraleja?
—¡¿Moraleja?! —se sorprendió el Maestro— No has aprendido nada. 

viernes, 8 de febrero de 2019

Soneto 23. Esos ojos mongoloides han visto

Esos ojos mongoloides han visto
(oscurisímos, densos y curiosos)
muchas más letras que otoños lluviosos;
siempre el dueño de anteojos provisto
que de otra manera no viera, insisto,
ni al pensar los disparates ociosos
que apoderarse tentan belicosos
de su buen entendimiento malquisto.
Todavía no graduado aprendiz
–aunque otro hablen las manos de pianista
(solo de talle, mas no de expertiz)–,
oficia de oficioso oficinista
que nutre a carbón su fuerza motriz
quien, lento inseguro, arma su conquista.

Soneto 17. Un beso, un adiós, que te vaya bien

Un beso, un adiós, que te vaya bien.
Nos vemos en otra vida quizá.
Estarás mejor, todo pasará.
Sin rencores, queda el cariño, amén. 

¿Que contemple el futuro por sostén?
¿Un tímido requiebro bastará
si no puedo afirmar que volverá?
¿Que persevere en el estado zen?

¿Y si no quiero? no me da la gana,
jamás a la hipocresía me allano,
pues no contengo esta ira partisana.

Tú, sé feliz junto a cualquier fulano,
que a mí el olvido insano no me sana,
dispararte versos podré hasta anciano.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Soneto 20. Antonio Varas

Me vi en tiempos, la noche calurosa
encima, deambulando escorado
sobre aceras pasear azorado
del vino la pisada temblorosa,
mas firme la inocencia codiciosa,
ni tanto ni tan poco emborrachado
para dar por pagado el noviciado
ni apaciguar la mente luminosa.
Así caminaba y me preguntaba 
¿detrás de qué ventana amarillenta
aquella niña de mirada atenta
estaba?, ¿acaso conmigo soñaba?
Frente a cada fenestra consultaba:
una, unas varias, diez, veinte y cincuenta
no trepadas por falta de herramienta,
sin traslucirme indicio las pasaba.
Mas mandó el plan regulador errar,
ni en Bilbao ni en Pocuro encontré
mi anhelo y me perdí la matiné
del poco accionar y el mucho añorar.
Pero Dios existe y milagros obra,
aquello que no hiciera yo por mí,
por sí avino libre de frenesí.
¡La suerte de entonces aún me sobra!,
también lo sabrías si preguntaras,
lo testifica el mismo Antonio Varas.