lunes, 24 de diciembre de 2018

9.6. Las enseñanzas del Maestro: siempre hay alguien peor

Iba el Maestro seguido de sus discípulos, cuando vieron a dos tristes mendigos que a la vera del camino pedían limosna. Se acercó el Maestro con el objeto de reavivarles los corazones, comenzando por inquirir sobre sus desdichas:

—Somos tan pobres que nos hemos visto resignados a la sórdida mendicidad—contestaron al unísono.
—Buenos hombres, no estéis tristes —retrucó el Maestro—. Por muchas y graves que vuestras penurias sean, mucho hay también por lo que debéis agradecer, pues otros hay en el mundo con peor suerte. Hasta el más pobre de los hombres puede buscarse un oficio, si la salud le acompaña.
—A nosotros no nos acompaña, pues somos leprosos y las llagas que cubren nuestro cuerpo son tan dolorosas que nos impiden movernos —respondieron al unísono los mendigos—, no hay oficio para el que sirvamos.
—Duro es perder la hacienda y la salud —apuntó doctoralmente el Maestro—, pero por muy incapacitado que esté un hombre ante el resto de la sociedad siempre tendrá un lugar en su familia. Otros hay con peor suerte que ni siquiera gozan del cobijo de sus parientes.
—Por desgracia es nuestro caso —los mendigos apuntaron quejumbrosamente—, durante la guerra nuestro pueblo fue arrasado y todos nuestros familiares y amigos pasados a cuchillo. 
—Severísima ha sido con la vida con vosotros, pero... —el Maestro miró al cielo en busca de inspiración— todo hombre, por más privado de hacienda, salud y familia que se halle accede a la generosa bondad de la contemplación de la belleza de la naturaleza. Otros más desdichados hay que ni siquiera aquello, que es del todo gratuito, pueden disfrutar. 
—Quizá el señor no lo haya notado —se apresuraron a responder los cabizbajos mendigos—, pero ambos somos ciegos, para nosotros el mundo es una cárcel confusa y cruel. ¡Nadie hay más desdichado que nosotros!

Ya un tanto impaciente y ofuscado el Maestro ordenó a Cartes que fulminara de un tiro de ballesta al primer mendigo. Mientras la sangre manaba a borbotones sobre su vientre intentaba infructuosamente, entre agónicos jadeos, extraer la saeta que se había incrustado casi por completo en su pecho. Se acercó entonces el Maestro al segundo mendigo, quien sollozando y sin acabar de comprender aferraba frenéticamente el brazo de su compañero, y le dijo alegremente:

—¿Cómo te sientes ahora?

No atinó a responder palabra el segundo mendigo.

Continuó sonriente el Maestro su camino, satisfecho por la buena acción de la que había hecho testigos a sus discípulos. 

martes, 18 de diciembre de 2018

9.5. Las enseñanzas del Maestro: prejuicios

Aquella tarde la lección versó sobre el hecho de que todos los hombres juzgan a su prójimo antes de conocerle, sin excepción. 

Soneto 22. La Historia toma de lienzo

La Historia toma de lienzo,
prestada antes que robada,
para pintar un comienzo
que la deje equilibrada.
No es defecto, me convenzo,
de mi amigo si fallada
la meta queda. Avergüenzo-
me nunca, otra más loada
ha hecho que vale un arienzo:
el darme alma renovada,
pues solo de oírle venzo
la apatía acostumbrada.
Que tal regalo me hiciera
me cambió la vida entera.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Soneto 14. Por siglos han cantado los poetas

Por siglos han cantado los poetas,
en trasnochadas estrofas melosas
del alma las virtudes armoniosas
de blancas vírgenes anacoretas.

Pero yo prefiero un buen par de tetas
dulces, suaves, redondas, deliciosas,
duro pezón, areolas morbosas,
aún mejor si turgentes y prietas.

Suficientes para quedar pasmado
en cualquier tamaño y modo de estar,
dejan al espectador bien parado.

Del todo imposibles de detestar,
tanto las he buscado, tanto amado,
que de adulto no quiero destetar.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Soneto 5. Cada día el hombre anda por camino

Cada día el hombre anda por camino
serpenteante, insondable, renqueante.
Es sino que proceda como vino
al mundo: desnudo, humilde, anhelante.

En cada día error y moraleja,
misterio y verdades, hay dos o tres,
se lo pase en soledad o en pareja,
más trabajo que solaz, siempre estrés.

Un día asisten fortuna y tesoros,
tuertos y agravios al otro dan sombra,
incluso los vi lanzar meteoros,
no alcanzan a quien de nada se asombra.

No hay tiempo, pues, de duelo ni jactancia,
ya la jornada sepa dulce o rancia.