sábado, 13 de febrero de 2021

Poesía. Una arbitraria lonja de pasto


Hoy encontré el camino 

desde el parque de vuelta a casa,

una vez más. 

No es difícil, 

basta un poco de atención

y otro tanto de memoria.


Requiere no olvidar que aquel que soy 

confusamente se sigue —más bien, se deduce—

de aquel que, sobre las mismas calles, fui

y exige nuevamente zigzaguear

las mismas esquinas

y volverlas a torcer, bien o mal,

en rítmica sucesión

en inalterable sucesión.


Las copas de los árboles claman sobre mi cabeza

cada vez que vuelvo, cada vez que voy

y cada tarde de un día cualquiera 

de un verano cualquiera, seco y sofocante,

se me aparece trágicamente arquetípica.


De regreso, me forzaba siempre

la perpetua novedad de una lonja de pasto,

arbitrariamente dispuesta entre los edificios,

a preguntarme —acaso ritualmente—:

¿Cuándo será el día en que me tumbe a descansar sobre este verde tapiz?

¿Cuándo será el día en que un minuto de afable ociosidad me permita dejarme abrazar por la colcha florida?

¿Cuándo será el día en que coja la belleza con mis propias manos?


EPÍLOGO:

Finalmente llegó el día

en que un conchesumadre plantó una reja allí,

en Elena Blanco con Román Díaz,

incomunicando para siempre la vereda 

de esa arbitraria —y milagrosa— lonja de pasto,

virgen de mí. 


NOTA DEL AUTOR:

La noticia de este criminal suceso la he recibido, por medio de mis propios ojos, la noche del 13 de febrero de 2021, volviendo de trotar alrededor del parque. Tal parece, según me informó una vecina, que la lonja de pasto en cuestión perteneció siempre al edificio adyacente, construido hará una década, pero que, debido a no sé qué incordio burocrático con la Dirección de Obras Municipal (y la cacha de la espada), no había podido ser cercada hasta ahora. Confieso mi pecado: siempre lo supe. 


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