A nuevas costas llevó el
fuego del hogar -el real,
el primero-, en santa urna
lo depositó y zarpó
y jamás regresó. Lo
mantuvo siempre encendido
de día y de noche, apenas
a ascuas reducido, pero
siempre encendido. No supo
o no quiso saber que
el mismo fuego, en todo el
orbe, habrá de proyectar
la misma sombra, la misma
tragedia, el mismo destino;
que, mientras quedare por
consumir comburente y
combustible, el Hombre junto
con su hogar -el real, el
primero- serán consumidos.
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