jueves, 5 de julio de 2018

3. En memoria de los hombres que dan cuerda al Mundo


Pertenece el fragmento al que ahora daremos solemne lectura a los restos de las que, según los filólogos, fueron las Crónicas de Dimetrón, perdidas milenios ha en el incendio de la Suma Biblioteca de Gorka durante el sitio de Uqbar. Quiso Dios -¡ensalzado sea!- en su infinita sabiduría y piedad salvar este trozo chamuscado del pergamino original. De la identidad de quien recogió los restos, contraviniendo expresamente la cédula simbálica de Gilmorán II, no estamos ciertos, pues largo ha sido el recorrido que hasta nosotros trajera la última pieza del conocimiento de los Antiguos Patriarcas. Sean la paz y la luz del Hacedor con todos aquellos bienaventurados que presten oídos a estas palabras, desaparecidas tiempo ha.




… “Hecho el Mundo y derrotadas las Arañas viose libre el Hombre y de la Meseta Llagada descendió hacia los [palabra ilegible] exteriores del Continente…


[Párrafo ilegible]


… De este modo encontráronse los davaná en una tierra nueva, fértil y voluptuosa, provista de ríos, lagos y contigua a la Panthalassa. Allí asentáronse y levantaron hermosas casas de ladrillo para cobijarse de los elementos y de las bestias.
Durante siglos cosecharon abundantes vegetales gracias a sus arados de noxomilita, que nunca se hollaban ni oxidaban, y tuvieron por ganado a los más suculentos y serviles puercos, corderos y bovinos.
Mucho progresaron en los dominios del conocimiento. Grandes maestros fueron de la poesía consonante, asonante y libre, que escribieron en libros fabricados en grandes prensas accionadas por palancas. En geografía especularon sobre los límites del Continente y la Panthalassa, estableciendo que ni el uno ni el otro pueden ser infinitos, pues son limítrofes entre sí y nada constreñido por límites ha de ser infinito. Confirmaron de esta forma el primer axioma de su doctrina, aquel que reza que nada infinito puede haber. Y la mayor parte de sus horas de ocio, que eran abundantes porque producían con su industria mucho más de lo que necesitaban, las dedicaban a los más elevados dominios del saber.
Como es sabido, de las artes mecánicas fueron también grandes maestros. No solo crearon las prensas que produjeron libros por miles, sino que también usaron la fuerza de los ríos para mover los fuelles de los hornos en los que fundían la noxomilita. Crearon, para regocijo de sus almas curiosas y juguetonas, hermosos artilugios esféricos de noxomilita  provistos de un tubo saliente torcido hacia un costado. Cargaban agua en él y aplicaban el poder del fuego sobre el agua contenida: esta enrarecíase, enfadábase y escapábase silbando por el tubo, haciendo girar sobre su propio eje la esfera de noxomilita. Como este crearon muchos otros maravillosos e ingeniosos juguetes mágicos, que fueron tenidos por los mejores y de más alta hechura por todas las Tierras de Bür y más allá.
Pero si hubo ámbito alguno del conocimiento en que fueran únicos, fue en sus opiniones filosóficas sobre la divinidad. Los davaná en su origen y no sin incurrir en atroz impiedad negaron la existencia del Hacedor. En efecto, durante siglos vivieron sin rendir culto alguno, descansando soberbios en su filosofía y su técnica que todo lo explicaban y dominaban. Cuando alguien del pueblo osaba inquirir sobre el Mundo un hecho no explicado por los sabios los más agudos filósofos congragábanse en la plaza pública para solucionar tan fundamental problema.


—Decidme bondadosos sabios: ¿cómo explicais la lluvia, dadora de vida y caída de los cielos, sin postular una voluntad más alta y benefactora que nos la obsequia?
—Toda vez que llovió le antecedieron nubes grises y amenazantes en los cielos. Forzoso es entonces deducir que las nubes del cielo no pueden sino ser agua disgregada y enrarecida, momentáneamente suspendida en el aire, a la espera de precipitar.
—Si como decís fuera, decidme entonces jóvenes filósofos: ¿cómo podría aquel agua haber llegado a los cielos sin que una voluntad que todo lo puede allí la hubiese puesto?
—Fácil nos la ponéis, buen anciano: aquel agua no puede sino ser la que los ríos, lagos y la Panthalassa expulsan con sus cascadas, mareas y olas hacia el aire. Por lo que forzoso es admitir que el agua de aquí abajo es la misma que allí arriba pende en forma de nube, que luego precipita hacia abajo y así sucesivamente.


Y todos los presentes maravilláronse de la agudeza de los filósofos y de la perfección del ciclo que describían, que no podía sino ser la más completa y fidedigna explicación de la verdadera naturaleza de la lluvia. Mantuvieron, de esta suerte, los davaná durante milenios sus heréticas opiniones mientras seguían progresando y prosperando.
Pero un día presentose un anciano del pueblo en la plaza pública, quien pidió congregar a los sabios para consultarlos, y así habló:


—Vosotros, sabios, habéis admitido con gran pompa que nada infinito puede haber y también que todo lo que es ha sido creado. Entonces el Mundo, que es, debe haber sido creado o bien no podría existir. Todo lo creado es creado por algo o alguien. Este Creador (el creador del Mundo) no puede sino ser una voluntad omnipotente y anterior a todo cuanto es. Ahora bien, ¿aquel Creador ha sido también creado por otro? ¿y este último por otro y así hasta el infinito?


Atronadorísima fue la conmoción que suscitaron estas palabras entre todas las gentes del pueblo allí presentes y largo rato los filósofos murmuraron perplejos entre sí. Finalmente el más joven de ellos respondió al anciano:


—Agudas son tus palabras, noble anciano, y no podemos sino admitir que es forzoso postular la existencia de un Creador del Mundo, pues como bien habéis dicho todo lo que es ha sido creado y el Mundo no es excepción a tan evidente axioma. Sin embargo, aquel ser Creador no puede haber sido, a su vez, creado por otro y así sucesivamente, puesto que nada infinito puede haber. Por lo tanto conjeturamos que solo hubo un Creador originario que dio forma y sustancia a todo el Mundo, al Continente, a la Panthalassa y a las Arañas. Y este ente y solo él es excepción al segundo axioma, pues existe sin haber sido creado.


Mucho sorprendiose el pueblo de las nuevas palabras de sus más elevados filósofos. Y todos los presentes largo tiempo cavilaron evaluando su verdad o falsedad. Hasta el anochecer todo el pueblo davaná razonó y departió para acoger en lo profundo de su entendimiento la evidencia y virtud de la nueva doctrina. Por primera vez en su historia los davaná aceptaron la existencia de la divinidad. Pero antes de dispersarse el pueblo para volver a sus labores un niño sorprendió a los sabios con esta pregunta:


—Y este Creador debe ser un hombre muy poderoso... ¿deberíamos entonces intentar ganarnos su favor?
—Aquel Creador no puede ser un hombre, pues su único ser consiste en crear el Mundo. Con posterioridad a la creación forzoso es suponer que el Creador ha de retirarse en los siderales abismos vacíos para dedicarse meramente a contemplar su obra, qudándole vedado alterar el curso de los acontecimientos del Mundo, pues nada puede alterar las firmes regularidades que gobiernan los fenómenos mundanos como la lluvia y los desplazamientos de los astros.


Vivieron así los davaná felices y en paz imaginando al silente Creador que su doctrina ahora postulaba durante muchos milenios. Pero volvieron a surgir dudas filosóficas entre los ciudadanos, ya que ¿cómo puede un Creador omnipotente, que insufló vida al Mundo, estar impedido de perfeccionar su propia obra como haría todo artífice virtuoso? En efecto, los filósofos luego de latas y arduas polémicas tuvieron que admitir que este Creador no puede verse constreñido por leyes de su propia hechura, del mismo modo como no manda el martillo al herrero o el óleo al pintor. Por lo tanto el Creador puede intervenir, en todo momento y circunstancia, derogando momentánea o permanentemente las leyes, que rigen los fenómenos mundanos, que él mismo ha creado. Así, cuando se desata una tormenta inesperada o muere accidentalmente un hombre, no es realmente una casualidad propiamente dicha, sino que es obra del Creador, quien actúa enmendando su proyecto según sus insondables propósitos.
Entonces los davaná, por vez primera, conocieron el miedo. El Creador que ahora postulaban sus filósofos podía ser un poderoso amigo o un enemigo igualmente poderoso. Intentaron de allí en más, por todos los medios, ganarse el favor del incontenible Ser Original: ofreciéronle fastuosas libaciones de los más suculentos manjares, edificaron colosales monumentos en su honor, arrojaron millares de monedas de oro a la Panthalassa como obsequio, nunca más osaron emprender gran acción alguna sin antes preguntarse si el Creador la aprobaría o condenaría.
Transcurrieron los años y como los intentos de los davaná de agradar al Primer Ser nunca probaron ser definitivos (1) comenzaron a inquirir nuevamente sobre Él. La respuesta de los sabios no fue otra que deducir, a partir del errático comportamiento del Creador, que no podía tratarse de un solo ser, sino que debían haber muchos Creadores parciales que en mancomunidad crearon el Mundo. Por otro lado y según el axioma que reza lo semejante gusta de lo semejante llegaron a la conclusión de que los Creadores parciales dividiéronse el Mundo en parcelas definidas que regentaría cada uno. Así un Creador de agua se encarga de los fenómenos relativos al agua, otro de acero interviene en las guerras, un tercero de fuego mueve el Sol, el cuarto que está hecho de piedra se ocupa de los terremotos y de este modo para todo.
Tal como los Seres Omnipotentes dividiéronse sus soberanías sobre el Mundo, dividiéronse los davaná del mismo modo sus obligaciones religiosas. Un grupo del pueblo encargóse de rogar y agradar al Regente de la Tierra, pidiéndole que no produjera nuevos sismos. Otro grupo encargose de alabar al Regente del Sol, suplicando que no revocara el movimiento regular del astro rey y así sucesivamente para cada uno de los Creadores parciales.


[Párrafo ilegible]
Pero las dificultades persistieron. Tampoco ahora pudieron los davaná estar completamente seguros del favor de los varios Regentes. Así que dedujeron que, en realidad, no puede haber un solo Regente para el agua, sino que hay uno para cada clase de fenómeno que padece el agua. Hay, pues, un Regente para las cascadas, que es una caída de agua violenta, y hay también uno para el vertimiento de un líquido de la botella a la copa, que es una caída de agua suave. De esta forma dividiéronse nuevamente los grupos del culto en grupos aún más pequeños dedicados, ahora sí, a la adoración de cada uno de los verdaderos Regentes de cada fenómeno dentro de cada género.


[Párrafo ilegible]


[Fragmento ilegible] … Mas ¿no es la caída de un árbol hoy totalmente nueva y original comparada con la caída del árbol de ayer y del de mañana? ¿qué podría haber de común entre ambos sucesos? Ciertamente nada, pues, la palabra “caída” no es más que una burda simplificación que no puede referirse a ninguna entidad determinada. Cada día que sale el Sol, cada jarrón que se quiebra, cada animal moribundo es un fenómeno único e irrepetible en su tiempo y espacio propios cuyo lugar no podrá ser jamás ocupado por otro igual. En consecuencia, concluyeron los filósofos, forzoso es admitir que cada fenómeno individual, en su tiempo y espacio específicos, tiene su Regente específico. Nuevamente volviéronse a dividir los davaná en sus obligaciones religiosas y como ahora ya no tenían bienes para obsequiar ni alimentos para sacrificar, agotados todos en sus ruegos a la divinidad, repartiéronse la comunicación con los Regentes entre todos.
Y así, cada vez que trinó un ave hubo un davaná que, ocupado en la solemnidad del entendimiento, pensó en ello y rogó por ello. Y cada vez que una ola azotó la costa fue porque un davaná así lo pensó y deseó.


[Párrafo ilegible]


Hicieron, pues, los davaná su último juramento y dispersáronse por las cuatro esquinas del Mundo para pensar cada uno de los fenómenos individuales de cada una de las cosas mundanales, en cada tiempo y cada espacio, en el acto mismo en que han de suceder; con el fin de mantener las regularidades del mundo intactas, conservando el pasado inalterado y el futuro abierto.
Y desde entonces, con piedad infinita, dan cuerda al Mundo.


Sea la paz de Dios -¡ensalzado sea!- con todos y cada uno de ellos.”



La paz y la luz sean con vosotros, sabios auditores, que habéis oído el último testimonio de nuestros ancestros. Dése solemne clausura al DCCCLXIV Alto Concilio Extraordinario de la Legislatura del Templo de Sanfineo-Al-Mahem. Tradúzcase, publíquese y cúmplase.



(1) Cuenta la leyenda sobre un potentado que, ya mayor y temeroso de la muerte, liquidó todo su patrimonio (que era mucho muy cuantioso) arrojándolo a la Panthalassa al tiempo que suplicaba al Creador vivir eternamente. Aquel hombre logró vivir otros asombrosos cincuenta y dos años. Mas, llegado aquel plazo expiró como cualquier otro. Mucha perplejidad levantó este suceso entre todas las gentes del pueblo. Algunos sostuvieron que el Creador no gusta de las riquezas, mas si así fuere ¿por qué concedió cincuenta años más de vida al anciano? Otros, por el contrario, especularon que, efectivamente, el Creador concediole la vida eterna al hombre, pero que con el tiempo este cometió algún acto desagradable a los ojos del Supremo Ser, razón por la cual (en su omnipotencia) revocole la gracia concedida, produciendo su fallecimiento. Otros más pragmáticos, especialmente de entre aquellos de la casta de los mercaderes, osaron sencillamente tasar la cuantía de la riqueza arrojada a la Panthalassa en cincuenta y dos años. Fue ese el hito fundacional de un nuevo y pingüe mercado.


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