Ha muchos milenios, en el antiguo reino de Kigur-Hai, más allá de los desiertos de Tol Domen, existió un hombre tan aventajado en conocimientos de todas las artes y ciencias que nunca hubo ni habrá otro tan sabio como él. Este sabio habíase cultivado durante décadas en los más celosos secretos del Orden Terrestre y Celeste, de los primeros principios y las causas últimas. Podría decirse que llegó a conocer todo lo que podía ser conocido en este Mundo y el Otro.
Cuando hubo llegado a este punto sus estudios debieron interrumpirse contra su perpetua voluntad de poseer más y más saberes ¿Cómo podía aprender más, si ya no había nada nuevo para él? El sabio era muy respetado en su reino, por lo que mucha gente acudía a solicitar su consejo, y ahora, que ya no tenía nada más que investigar, usó su tiempo en resolver los problemas de sus congéneres.
El sabio durante años sanó a enfermos desahuciados usando hierbas ignotas para el resto de los mortales, predijo con exactitud de segundos los eclipses del Sol y de la Luna, hizo crecer las cosechas más robustas y resistentes, compuso los más bellos poemas jamás cantados, y así hizo tantas maravillas que su fama extendiose más allá de su reino y hombres de las cuatro esquinas del Mundo viajaban solo para pedir su consejo en las cuestiones más difíciles, o aun algunos con el mero afán de admirar su sapiencia. El sabio siempre respondió presto, certero y veraz.
Pero el sabio, renombrado y alabado tanto en el interior como en las orillas del Continente, no se sentía satisfecho. Extrañaba aprender los secretos de un Mundo que de secretos estaba ya agotado. Así que decidió subir a la cima del Zchenitz, de donde antaño descendieron las Grandes Serpientes, para hablar personalmente con Dios –¡ensalzado sea!– con el objeto de preguntarle dónde habían más conocimientos para él.
Cuentan que el sabio, en soledad (como debe hacerse el ascenso a la cima del Zchenitz) ascendió y ascendió durante días, semanas, meses. Nadie supo nunca exactamente lo que allí vio ni lo que allí le dijo Dios –¡ensalzado sea!– puesto que tan sólo queda memoria de aquello que proclamó cuando bajó de la cima, tres años después de iniciar su viaje:
El último secreto por develar es el lenguaje de Dios –¡ensalzado sea!–, el último y supremo lenguaje que debe ser traído del Otro Mundo a este Mundo. La lengua que integra a todas las otras y las supera ¡Ese será mi destino!
Dicho esto, el sabio se recluyó en su palacio para completar el trabajo que sellaría su vida. Se propuso compendiar todo el conocimiento que poseía, que era a su vez todo el conocimiento que el Mundo encerraba (actual e hipotético), escrito en cada una de las lenguas habladas por los hombres: lenguas del pasado, del presente e incluso del futuro. Se propuso, en fin, escribir el libro definitivo, la obra que terminaría para siempre con el género de los tratados y con todos los géneros habidos y por haber, porque después de ella no habría más que decir ni qué saber: nada existiría fuera de aquellas páginas. De este modo y no de otro accedería a la pieza final, a la coronación del edificio del saber: el lenguaje de Dios.–¡ensalzado sea!– que solamente le sería revelado al concluir su tarea.
Aprestose así el sabio en su palacio a escribir y escribir sin descanso, pero sin fatiga, pues la mano de la Divina Providencia animaba su pluma. Escribió sobre el pueblo acuático de los Xiang-Gios, sobre la vida que hacían completa a bordo de sus balsas y de las ciudades que formaban uniéndolas cuando la marea lo permitía, y de cómo ellos saben que ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río, porque el río cambia cada día, y para cada día ellos tienen un nombre distinto con el cual llamar al río, que denota su corriente, su densidad, su abundancia o escasez de pesca, su crueldad o benevolencia para con el pueblo de los Xiang-Gios.
Escribió también sobre la fortaleza infinita abandonada en Zaffinus, de sus ruinas circulares, de las guerras que allí se libraron, de cada uno de los combatientes de sus pensamientos y vidas pasadas. Escribió del tiempo y del espacio, del presente y el futuro, escribió de vosotros y de mí. Escribió también en los caracteres de la Lengua de los Muertos, que no le han sido revelados a ningún viviente más que a él.
De estas cosas y de todas las demás escribió el sabio enclaustrado en su palacio. Tanto escribió que pasaron los años, las décadas y los siglos, y en el Mundo ya nadie recordaba al sabio más que como una borrosa leyenda de edades pretéritas. Y el sabio tampoco recordaba a sus congéneres tan sumido como estaba en su trabajo, alejado de los devaneos mundanales, desentendiose de todo aquello que no fuera su libro, El Libro.
Pero algo el sabio no advertía, algo estaba cambiando en el Mundo a medida que él escribía. Si su pluma registraba el arte de la metalurgia de los gorgonoxios, hacedores de espadas mágicas que guiaban la mano del combatiente para no errar ningún mandoble, ellos por su parte lo olvidaban al instante, quedando perplejos ante sus yunques y martillos sin recordar ya para qué servían. Si codificaba la lengua del setrakino, los setrakitas perdían el don de la palabra y volvianse como niños salvajes, balbuceantes e incultos.
Y así los habitantes del Mundo perdieron sus artes y oficios, perdieron sus nombres y sus leyendas, perdieron los dones de la agricultura y la ganadería, todo se confundió en la caos del olvido. De este modo la Humanidad viose obligada a vagar por los descampados hurtando carroña, robando frutos, luchando contra las bestias y contra el clima.
Hasta que un invierno los frutos se secaron, los animales emigraron y no hubo ya alimento alguno para los salvajes.
Para entonces tan solo en una morada brillaban aún luces. El palacio del sabio llamó la atención de los salvajes procedentes de las cuatro esquinas del Mundo. Quebraron los ventanales, derribaron las puertas y en tropelía de bestias irrumpieron en la recámara principal. El sabio acorralado intentó en todas las lenguas de recordarles quién era, los milagros que había hecho y los saberes que podía enseñarles, pero no le oyeron porque ya no recordaban lengua alguna. Sobre el sabio cayeron todos arrancando cada trozo de su carne a mordiscos, bregando por sus intestinos, royendo su calavera. En su locura destrozaron y devoraron también El Libro, la pluma y la tinta, y todo se perdió ese día de invierno. Luego se dispersaron una vez más por las cuatro esquinas del Mundo y comenzaron a aprenderlo todo desde el comienzo.
Diose inicio así a la Historia, tal como ha llegado a oídos de nuestros Maestros de hoy en día.
Y así también el sabio, y tan sólo él, conoció el lenguaje de Dios –¡ensalzado sea!– que tanto buscaba. Aquel lenguaje primigenio, que a todos los contiene, que todo viviente conoce, que todo lo gobierna, causa de todo afán y fin de todo principio. Aquella lengua que es origen y destino de todos los seres: el hambre (1).
Extracto del Gran Manuscrito para los Perplejos de Irenko el Viejo
(1) NOTA DEL TRADUCTOR: Los estudiosos han discutido largo y tendido acerca de si es acertada la traducción aquí vertida, derivada del grafema Nephmor, cuyo significado originario algunos sabios designan como “muerte” en lugar de “hambre”, concepto este último que habría quedado abarcado posteriormente según relación de analogía. Los problemas se han suscitado principalmente porque el alfabeto desde el cual tradujo Irenko el Viejo el extracto que aquí registramos se perdió hace ya muchos siglos, con la caída de Uqbar a manos de los abanaki, cuando en la escaramuza final fue incinerada la Suma Biblioteca de Gorka, sitio donde se custodiaba el ejemplar original (y el único auténtico del que se tenga noticia) de las Crónicas de Dimetrón. Asimismo los copistas fueron ejecutados todos sin excepción –¡sean en la paz del Hacedor!– luego de que el Simbal Gilmorán II El Conquistador ordenara refundar el Imperio sobre la base de una cultura puramente abanaki.
Tengo el honor de ser la primera en comentar. ¡Felicitaciones por finalmente crear tu blog!
ResponderEliminarMe fascina este cuento, el final realmente me pone la piel de gallina. Cada vez que lo termino de leer cavilo sobre la importancia del hambre en la historia. Luego leo que es un extracto del manuscrito de "Irenko" y se acaba mi seriedad.
Gracias Vale por la retroalimentación y por haber dado con el nombre del blog.
EliminarMe pregunto cuánta gente conocerá a Irenko y si valdría la pena cambiar ese nombre para mantener el tono del cuento.
No conozco a Irenko lo que me juega a favor esta vez (sólo que abanaki es como anunaki, pero lo agrego sólo para molestar)
ResponderEliminarFelicitaciones ya que hasta el momento este es mi texto favorito. Completo en todo sentido en relación a lo que hemos hablado anteriormente. Me hace pensar en la trascendencia narrativa de cómo se compondrán estas dinastías y pueblos en algún árbol genealógico del autor.
Interesante combinación de la condición abyecta de lo humano con la acumulación de conocimiento y civilización.
Te sugiero no buscar ese nombre porque podría confirmar tus burlas anunaki.
EliminarAún no he trazado una cronología histórica ni he diseñado un mapa, quizá tenga que hacerlo a medida que cobren cuerpo personajes y sucesos apenas bosquejados en los cuentos que llevo hasta ahora.
La gula es un pecado, inclusive cuando inmaterial.
Gracias Paula.