Catorce años, dos cortes de muñecas, padre ausente, comuna periférica, liceo público.
Preferentemente toma la micro, le gusta ver las calles pasar a través de las ventanillas (le parece como una película, pero no sabe explicarlo). Hace la cimarra regularmente, las clases le aburren y encuentra muy pendejos a sus compañeros. Desde el año pasado bebe, al principio era solo para probar, más tarde para no quedar como cabra chica. Fuma regularmente cigarrillos que le pide coquetamente a los transeúntes. No asiste a los actos de la junta de vecinos porque para ella las palabras comunista, facho, dictadura y democracia son sinónimos perfectos y no significan nada.
De vuelta del liceo se baja algunos paraderos antes para caminar por las calles interiores el trayecto que la separa de su pasaje. Toda persona con un mínimo de mundo y buen gusto pensaría que aquellos barrios son ruinosos y sórdidos, pero ella deambula por sus calles con el cariño que se le guarda a los defectos propios. Hace unos meses durante su regreso a casa vio un cachorro abandonado, lo recogió y lo adoptó, pero su mamá la descubrió, tiró el perro a la calle y le pegó. Lloró un poco, cada día llora menos (ella cree que la gente fuerte no llora).
El mes pasado huyó. Fue al llegar, justo al frente de su pasaje, cuando se le ocurrió la idea. En su mochila guardó algunas pocas cosas necesarias. Recorrió las aceras a paso lento, saboreando cada detalle, en dirección al lejano centro. Pasó por una casa abandonada, visiblemente descuidada y siniestrada y con ella se identificó. Allí pasó la noche, incómoda y entumecida. Ese día y esa noche de otoño se sintió (por única vez) eterna. A la mañana siguiente volvió porque recordó a su hermano, al menor por cierto, pues al mayor hace años que le perdió la pista (su madre nunca habla de él).
En unos diez o doce años desviará su camino de vuelta del taller para pasar por aquella casa que la acogió esa noche en que se sintió libre y sonreirá. Caminará el trayecto restante pensando en condicional: ¿y si hubiese sido distinto?, ¿otro barrio?, ¿otra familia?, etcétera. Para el día siguiente ya habrá olvidado la mayor parte de esas preguntas que se habrá hecho a sí misma o probablemente a Dios, en quien a veces piensa como si fuese un hombre de carne y hueso. Dormirá con un vago temor, pero en especial con cansancio.
Sea esto y todo lo demás su tragedia.
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