No sobran en nuestra época
los sócrates, los catones,
los hombres que, como árboles,
han echado raíces, han proyectado ramas y follaje.
Pertenecientes a una estirpe casi extinta,
a una fauna cuaternaria de grandes mamíferos
flemáticos y estoicos,
flemáticos y estoicos,
salpican la tela de un tiempo
hace tiempo ido.
Los anillos del roble atestiguan
la paciencia que antaño exhibieran
aquellos de mejor catadura ante
honrosos destinos más abnegados
y las hojas marchitas
derramadas, copiosas y efímeras,
legan a descreídas generaciones futuras
la honda sentencia:
un hombre es más que un hombre.
y las hojas marchitas
derramadas, copiosas y efímeras,
legan a descreídas generaciones futuras
la honda sentencia:
un hombre es más que un hombre.
Un silencio de anticuario velará su sueño
de héroes obsoletos, de mundanos pecadores
nacidos bajo prosaicos auspicios
y muertos en el siglo equivocado.
Una privada y postrera reverencia
bastará a quienes no reclamaron
laureles ni loas
ni más riqueza que un hogar
ni mayor orgullo que una familia.
La megafauna se ha extinto —reza la paleontología—,
¿dirá lo mismo la sociología?
¿dirá lo mismo la sociología?
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