miércoles, 29 de abril de 2020

Poesía. Botellas vacías

En la mañana hay una ciudad,
en la ciudad hay una calle,
en esa calle un edificio,
en el edificio un departamento,
en él una mesa y
sobre la mesa botellas,
botellas vacías.

No siempre estuvieron vacías aquellas botellas.
Hasta hace poco gozaban de buena salud,
rellenas con litro y medio de la sangre de Cristo.
Algunas siguen altivas de pie,
otras descansan recostadas,
exánimes después del amor.

La menos afortunada murió en un choque,
por infringir las leyes de Newton.
No otorgó testamento, 
pero por política del departamento 
será arrojada a la fosa común, como todas.
Se decretó duelo nacional, 
toda celebración fue suspendida 
por un par de minutos.

En vida la primera fue indiferente y sensual,
la segunda intelectual y profunda,
la tercera silenciosa,
de la cuarta no me acuerdo.

¿Cómo se sentirán cuando están conmigo?
Yo en su compañía soy un poco más yo:
la comedia fluye bulliciosa,
el fuero interno se desafuera
y la mala suerte me permite bailar solo esta pieza.

A veces pienso que son mis compañeras,
que somos un equipo,
que salimos a la cancha a ganar,
pero al final de la temporada 
la tabla de posiciones me desmiente categóricamente.

También las he tomado por consejeras,
pero aún no descifro en qué materia serán sabias.
Mala consejera es la botella reza el viejo adagio,
para otra cosa servirán.

Ora creo que son mis enemigas,
me prometo derrotarlas,
que la próxima batalla será mía
y sigo perdiendo la guerra.

Pero la verdad es que son frías y transparentes
y especialmente vacías.

La verdad es que ni piensan ni sienten,
pues solo son botellas,
botellas vacías.

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