No será mía tu belleza,
no será mía tu cabellera rubia,
no correrá hacía mí el traqueteo de tus tacones impacientes
ni se quebrantará tu cortesía en mi presencia.
No pertenece a mi tiempo ni a mi espacio
la ligereza de tu alma perecedera
ni tu voz terrosa y grave
y tu vocación cosmopolita
no se contentará con mis noches de insomnio.
Y así, toda tú me hieres
como una lejana idea
oriunda del siglo antepasado,
que generaciones de mis ancestros
apenas han sospechado:
la mayoría olímpicamente ignorado,
algunos vanamente anhelado,
los pocos afanosamente perseguido
y uno —quizá uno— con ella coqueteado.
Así sea o no,
no más ni menos puedo esperar
de este Siglo XXI,
pródigo en dulces extrañamientos,
porque a otros hombres de mejor condición y destinos más negros
les debo el Mundo que llevas contigo en cada contoneo
—y que contiene el aliento a tu paso—,
en cada ir y venir,
en cada dar y quitar.
Pero ¿quién es acreedor y quién deudor?
Si la vida de nadie es un camino de rosas
no seré yo quien cuente tus espinas
porque a otros hombres,
de este Siglo XXI
—que prorrogará su histórica deuda—...
a otros hombres de mejor condición
y destinos más grises te debes,
al igual que ese Mundo que llevas contigo en cada contoneo
—y que contiene el aliento a tu paso—,
en cada ir y venir,
en cada dar y quitar...
No hay comentarios:
Publicar un comentario