martes, 27 de noviembre de 2018

9.2. Las enseñanzas del Maestro: toda vida es valiosa

Quiso un día el Maestro aprovechar la calidez de la tarde para dictar lección a sus discípulos mientras caminaban descalzos por la playa. Insuflaba, con sabias palabras, los pechos de sus alumnos para enseñarles, por medio de ingeniosas analogías, el sagrado precepto de que toda vida es inconmensurablemente valiosa. 

Así preguntaba el Maestro a sus discípulos si acaso no arriesgarían la propia vida para socorrer a otro de un grave peligro, luego inquiría si lo harían también por un caballo, un perro, una rata, etc. A cada pregunta los seguidores, exultantes de concienzuda piedad, contestaban con un rotundo sí. 

Entonces notaron que a sus pies había un pequeño escarabajo tendido boca arriba sobre la arena. Bajo el sol abrasador retorcía frenéticamente sus patas y se meneaba tratando de retomar pie. Observaron esperanzados al escarabajo por unos minutos, pero por mucho que intentaba no conseguía voltearse.

—Esta es una inmejorable ocasión para que nos predique con el ejemplo, Maestro —lanzó Evilio, cuya propuesta encontró la acogida de sus condiscípulos. 

Así lo hizo el Maestro y el escarabajo prosiguió su camino. 

Ni bien dieron un paso notaron que había un nuevo escarabajo en la misma situación. 

—Hoy es un día bienaventurado, Maestro, tenemos una segunda oportunidad para verle en acción —apuntó de inmediato Evilio.

Así lo hizo el Maestro nuevamente y el segundo escarabajo retomó su rumbo. 

Emprendieron nuevamente la marcha tan solo para ver a un tercer escarabajo padeciendo igual suplicio. 

—Realmente el Altísimo está con nosotros hoy: ¡una tercera oportunidad! —se apresuró a declarar Evilio. 

Así lo hizo el Maestro por tercera vez y el tercer escarabajo continuó su senda. Tras ver al insecto alejarse alzaron la vista y se percataron de que los kilómetros de arenas pardas que frente a ellos se extendían estaban salpicados de miles, quizá millones, de escarabajos volteados boca arriba.   

—Imagino, Maestro, que no dejará a los pobres escarabajos a su suerte —deslizó ladinamente Evilio—, no olvide que toda vida es inconmensurablemente valiosa.
—Por cierto que no serán librados a su suerte, mi querido Evilio —retrucó sardónicamente el Maestro—, pero sería egoista de mi parte acaparar todos los actos benéficos, acumulando bondad como si fuera oro, por tanto os cedo el honor a vosotros. Ya sabéis cómo hacerlo. 

Así lo hicieron los discípulos y tardaron varios días en voltear boca abajo a todos los escarabajos de la playa. 

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