No puedo dormir, como siempre.
No puedo pensar, como siempre.
Apenas puedo escribir.
Me encierro en mí mismo,
cediendo puerta por puerta
al divino invasor.
Odiseo mismo no se hubiese atrevido,
yo menos.
¿Cómo será cuando sea adulto?
Quiero decir verdaderamente adulto,
cuando el pan sea sudor y lágrimas.
No quiero dormir, como nunca.
No quiero pensar, como nunca.
Quiero escribir.
Pero, por sobre todo, no quiero salir.
Hoy han dicho en la tele
que en cada esquina está,
que nadie le ignora,
que la ciudad está muda,
que el país está sordo.
Solo se oye la interferencia,
el mundo se cae a pedazos.
Hoy han dicho en al tele
que los suicidas han abrazado la vida
esperando un mañana en el que quizá sean noticia,
que los esposos se han dado una tregua
de tanta indiferencia convencional,
que el policía —solo por hoy—
es un amigo en nuestro camino.
Mañana hablarán sus adherentes y detractores.
Los unos dirán que es necesaria e inevitable,
que nos reúne con los nuestros
y nos aleja de los otros.
Los otros dirán que si nos une o nos separa
es contra nuestra voluntad,
que los nuestros no son los mejores
y los otros tampoco son los peores.
La contienda es desigual e insoluble.
Lo único seguro es que también es eterna
y fatal.
La fauna se contrae.
La flora es carnaval.
La Humanidad espera.
Así espero yo también,
escribiendo como poeta de copa y sofá.
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